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De Familia y Cultura Desmitificación del matrimonio

¡Después de la boda seremos felices por siempre!

Lo cierto es, que muchas de las parejas unidas en matrimonio, en unión libre o en cualquiera de las formas existentes para establecer una relación de pareja: viven la luna de miel durante el noviazgo, se quedan esperando que llegue y otras, ni siquiera saben que existe. 

Cuando hablo de luna de miel no me refiero al viaje post-boda, me refiero a la etapa de enamoramiento en la que ambas personas tienen corazón en los ojos cuando se miran; a esos momentos de profunda intimidad, a esos momentos de complicidad, al cenar juntos, al ducharse juntos, al ver películas, al salir y caminar tomados de la mano, al comer un helado entre ambos, al verterse uno en otro durante su compartir sexual. 

¡La luna de miel es toda una experiencia del amor recién descubierto y plenitud!

Desafortunadamente, no todos lo vivimos porque inmersos en los excesos de la vida disminuimos el ímpetu para llegar a ese momento y entonces; cansados, agobiados, frustrados, intoxicados emocionalmente, con hijos apresurados, con divorcios, pensiones, separaciones a cuestas y duelos. Es casi imposible reverdecer ante la nueva oportunidad que se presenta.

Además de la inexperiencia administrativa, y es que el matrimonio se trata en su mayoría de administrar. Administrar: el tiempo, el trabajo, el amor, el dinero, las fuerzas, las sonrisas, las caricias, la intimidad, la responsabilidad, el dolor, las alegrías, la distancia, la cercanía, la confianza, los altibajos, las palabras, los gritos, los viajes, las amistades. Se trata de ahorrar en la abundancia e iluminar con los tiempos soleados los grises. 

El matrimonio es negociación constante, adaptación, actualización, respeto, confianza, compromiso. Esto es lo que no vemos en los cuentos de hadas posterior a la boda porque puede ser un edén, un infierno, un purgatorio, el limbo, una cacería de brujas, una caja de pandora, un laberinto con monstruos míticos, un tratado maltratado o una de las mejores experiencias existenciales.

Creo que tenemos incontables matrimonios aboyados, maltratados, gastados, cansados, desactualizados, desaturando y no por COVID, sino por la falta: de aliento amoroso, de compasión, de energía, de entrega, de resiliencia, de reciprocidad, de experiencia y de una red de apoyo saludable.

No hay un lugar al que quiera llegar, esto es una reflexión surgida del amor al ser humano y a sus intentos prácticos por la perpetuación de la especie. Lo indiscutible es, que para poder evolucionar es necesario mirar nuestros actos aquí y ahora, teniendo en cuenta la posibilidad de cambiar aquello que ha dejado de funcionar.

Finalmente, quiero mencionar que el matrimonio es una institución social con derechos y obligaciones, además de ser la institución de donde surgirán los futuros ciudadanos. Por ello, considero importante dotarle de la robustez que merece, comenzando por dejar de mirarle como el mero trámite que ampara el reparto de bienes económicos y materiales.

5 de julio de 2020

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